El Gran Salón de Plenos de San Sebastián
Publicado el 30 de marzo de 2016.
El Casino motor de la ciudad.
Es conocido que el ayuntamiento donostiarra fue antaño el “Gran Casino de San Sebastián”. Un lugar exclusivo donde la sociedad adinerada se reunía y celebraba fiestas, bailes y conciertos. Y también un lugar de ruleta y bacarrá, en una época en que curiosamente los juegos de azar suponían un “delito”. Pero a veces, lo que la ley prohíbe la autoridad “tolera”. Al fin y al cabo, el juego en el Casino donostiarra estaba reservado a los extranjeros y los nacionales iban al de Biarritz, donde tampoco podían jugar los franceses. Así todos contentos.
Lo cierto es que sin los beneficios del Casino no hubiera habido conciertos diarios en el kiosco de la terraza de Alderdi Eder, ni fuegos artificiales los domingos de verano, ni espléndidos carnavales, ni demostraciones aeronáuticas, ni un elegante Paseo de la Concha, ni Paseo Nuevo, ni hipódromo, ni una envidiada Misericordia que atendía a los necesitados. Buena parte de todo ello era subvencionado por el Casino.
Pese a la oposición de la Iglesia, carlistas y reaccionarios, el Gran Casino fue una empresa “popular” apoyada por más de 300 donostiarras que en 1881 cubrieron acciones por un millón de pesetas. Al año siguiente, se convocó un concurso para su construcción eligiéndose el proyecto “Aurrera” de los jóvenes arquitectos Luis Aladrén y Adolfo Morales de los Ríos (autor precisamente de la casa de Miracruz 19, cuyo anunciado derribo tanto revuelo está causando).
El 1 de julio de 1887, coincidiendo con el primer veraneo de la reina María Cristina en nuestra ciudad, se inauguró el elegante Casino. Obtuvo una concesión para 60 años, debiendo revertir el edificio a la ciudad en 1947.
Cotillones aristocráticos
La planta baja del Casino estaba ocupada por el restaurante, el café y los salones de lectura que constituían punto de encuentro y tertulia de locales y foráneos. En el piso superior se encontraban los prohibidos salones de juego cuyo acceso era muy restringido.
A mitad de camino, se encontraba el Gran Salón, sin duda el lugar más importante del Casino desde el punto de vista social. Subiendo la magnífica escalinata de mármol, se llegaba a la puerta flanqueada por dos uniformados lacayos. De estilo neoclásico, estaba encuadrada por dos cariátides de bronce y mármol.
Al pasar, aparecía deslumbrante el salón de fiestas, iluminado por doce arañas con 336 bombillas. En sus laterales, dobles columnas estucadas en mármol y con basas doradas formaban arcos. Entre las columnas los palcos, y entre los arcos, cariátides aladas sostenían con sus brazos la cornisa. Las esculturas fueron obra de Marcial Aguirre, el mismo artista que realizó el monumento a Oquendo.
En este fastuoso salón se celebraban los cotillones. Las sillas dispuestas alrededor de la pista acogían a los grupos de amigos, mientras madres y chaperonas vigilaban a las engalanadas jóvenes con sus carnés de baile colgados de la muñeca.
Una orquestina de cuerda tocaba ceremoniosos rigodones, elegantes valses o trepidantes polcas y gallops de los que todavía nos queda un recuerdo en las piezas del “Carnaval donostiarra” de Sarriegui.
En los laterales del salón se abrían sendas “estufas” o terrazas acristaladas, donde los invitados podían retirarse a descansar, conversar o fumar.
Gloria y decadencia del Casino
La 1ª Guerra Mundial supuso un cambio en la sociedad. A Europa llegaron los nuevos ritmos americanos, y comenzaron a escucharse los locos foxtrots y charlestones, y se bailaba el escandaloso tango, mientras las mujeres acortaban las faldas y se peinaban a lo “garçon”.
Hubo también mayor permisibilidad del juego proliferando los casinos. Se jugaba en el Monte Igueldo, en Martutene, en el Club Cantábrico, en el Círculo Mercantil… y en la Zurriola se inauguraba en 1922 un nuevo y lujoso casino, el Gran Kursaal.
Entonces llegó la crisis y el colapso. Mientras la sociedad pudiente se divertía, los bancos quebraban, la carestía ahogaba a los trabajadores y la guerra con Marruecos producía demasiados muertos. Tras el golpe de estado de Primo de Rivera, en 1924 se decretó el cierre de todos los casinos. No era la primera vez que ocurría pero siempre se volvían a “tolerar”. Esta vez la prohibición fue definitiva. El Gobierno incautó los dos casinos y sin los beneficios del juego todo se venía abajo.
Un edificio caro y sin futuro
A partir de entonces, la lucha del Ayuntamiento por mantener el tono de una ciudad que dependía del turismo de élite fue titánica y ruinosa. Ya no llegaba el dinero para obras de mejora de la ciudad, ni para la beneficencia. Tuvo que hacerse cargo del deficitario Balneario de la Perla y del Hipódromo y se vio obligado a mantener los casinos que pretendió arrendar e incluso ceder gratuitamente, pero sin juego nadie los quería.
En 1938, en plena Guerra Civil, la sociedad propietaria del Casino, acordó con el ayuntamiento su reversión anticipada a cambio de 100.000 pesetas, un precio relativamente bajo para semejantes instalaciones, pero que ahora sólo ocasionaban gastos de mantenimiento.
Tras la guerra, en la España de la “Santa Cruzada” fue impensable recuperar el juego y se optó por la solución menos mala, trasladar las dispersas oficinas municipales que ya no cabían en el antiguo ayuntamiento de la Parte Vieja, al edificio de Alderdi Eder.
La nueva Casa Consistorial obra de Arizmendi.
El arquitecto municipal Luis Jesús Arizmendi fue el responsable de la conversión del Casino en Casa Consistorial. Arizmendi había sido un brillante estudiante que con tan solo quince años entró en la mítica Residencia de Estudiantes de Madrid antes de la guerra. También fue un brillante arquitecto que llevó a cabo una transformación muy respetuosa del edificio, por si algún día volvía a su antigua función.
Al disponer la entrada principal por la calle Igentea, ennobleció lo que había sido la trasera del casino, afectando en buena medida al Gran Salón. Se suprimieron las “estufas” laterales, y se eliminó el último cuerpo del edificio donde se encontraba el escenario, abriéndose nuevos ventanales similares a los ya existentes. Además se instalaron elegantes vidrieras “Maumejean” y se sustituyó la antigua tarima de madera por un noble suelo de mármol. El antaño alegre salón de baile, se convirtió en un suntuoso, pero serio salón de plenos, con un estrado para los ediles y gruesos cortinones de terciopelo cubriendo las paredes. El 20 de enero de 1947, se inauguraba el nuevo Ayuntamiento.
Con el tiempo el salón se fue ensombreciendo, el suelo de mármol se cubrió con moqueta y se pintó de marrón chocolate paredes y columnas, desapareciendo los estucados originales.
La luz se abre paso.
Con el nuevo consistorio ha llegado la hora de restaurar el Gran Salón. Víctor Goikoetxea ha sido el artista encargado de devolverle su antiguo esplendor. Víctor es pintor de “brocha fina”, diplomado en pintura decorativa y trampantojo, especializado en grandes murales y con magnífica preparación clásica en París y Florencia. Hay muy pocos profesionales como él en todo el país.
Han sido cuatro meses de trabajo durante los cuales ha devuelto a la treintena de columnas su aspecto marmóreo, pintando cuidadosamente las vetas del mármol “rosso levanto” sobre cada una de ellas. Las paredes se han pintado en un tono gamuza que resalta las columnas y el techo y la luz inunda la estancia tras retirar los pesados cortinones y la instalación de nuevas luminarias led. Al retirar el estrado, ha quedado al descubierto en su totalidad el magnífico suelo de mármol de colores beige y ocre. Éste ha sido el modelo utilizado para decorar el mural del fondo, bajo las vidrieras, armonizando todo el conjunto. También la puerta de acceso ha recuperado su aspecto pétreo de antaño (sin embargo, las cariátides retiradas hacia 1938 siguen en paradero desconocido).
Una obra bien hecha, que devuelve su antiguo esplendor a un salón que nació hace 130 años para disfrute de una élite, y que hoy es patrimonio de todos los donostiarras que merece ser visitado y disfrutado.