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Un Paseo Nuevo de 100 años en San Sebastián

Publicado el 12 de julio de 2016.

Un Paseo Nuevo de 100 años en San Sebastián

Pocos lugares habrá que con un siglo de vida y sin apenas cambios, sigan gozando del apelativo “nuevo” con tanta justicia.
El paseo ha tenido muchos nombres: del Castillo, del Monte Urgull, del Príncipe de Asturias, de la República, de José Antonio Primo de Rivera… pero ninguno ha permanecido para los donostiarras, solo el invariable Paseo Nuevo, desde su nacimiento en 1916.


Mucho antes de que se construyera ya era un anhelo de la ciudad, pero la pertenencia del monte Urgull y su castillo al “ramo de Guerra” lo hacían inviable.
Desde 1872 el Ayuntamiento realizó continuos intentos de recuperación del monte para la ciudad,  pero siempre con la negativa por respuesta. Por poco lo consiguen en 1880 con la ayuda de dos políticos donostiarras de gran prestigio, el general y senador Rafael Echagüe y el ministro de Fomento, Fermín Lasala. Pero los militares no lo consintieron al considerar que todavía el castillo era “necesario para la defensa”. No obstante, Lasala obtuvo la declaración oficial de  Alfonso XII manifestando que es “voluntad de su majestad se le autorice (a la ciudad) para construir un paseo en la parte inferior del monte Urgull previa la aprobación del correspondiente plano” como anotaba quien fuera director del Diario Vasco, J.M. Peña en su libro “Del San Sebastián que fue”.
Tirso Jarauta, ingeniero del Ayuntamiento, realizó en 1881 los planos para un paseo alrededor del monte, de 14 m de ancho, y Goicoa lo completó prolongándolo sobre el muelle. El proyecto quedó en suspenso seguramente por el alto coste de la obra -entonces 230.000 pts.- frente a otras necesidades más urgentes. Mientras, la ciudad siguió reclamando el Urgull.   
A comienzos del s.XX era evidente el nulo valor militar del Castillo, si bien allí seguían los cuarteles de infantería y en San Telmo, que también pertenecía al ejército, el parque de artillería.

En 1910 se volvió a retomar el tema. Un inversor inglés pretendía construir un gran hotel en la falda del Urgull. Si 30 años antes tenían a su favor al ministro de Fomento, ahora volvía a haber otro donostiarra en el mismo puesto, Fermín Calbetón, y esperaban también el apoyo de Alfonso XIII tan apegado a la ciudad, tras tantos años veraneando en Miramar.

El alcalde Marino Tabuyo hizo las primeras gestiones y comisionaron a José Mª Arizteguieta para que las continuara, con el fin de que dejaran levantar el hotel y hacer el ansiado paseo. Fueron bien recibidos pero el ejército no quería vender una parte, sino todo el monte a la vez incluidos los cuarteles de San Telmo. La lenta burocracia retrasó hasta julio de 1912 la ley para su  enajenación en pública subasta.

Excluyendo el Cementerio de los ingleses y la Torre vigía (antiguo faro) se valoraba todo en 3.590.000 pts. La cifra era muy elevada porque se suponía que el monte era urbanizable y el precio del suelo estaba, como hoy, por las nubes. El comprador debería donar el terreno necesario para que San Sebastián pudiera construir a su costa el paseo.

Sólo había que esperar a un comprador pero la cifra resultó demasiado elevada y nadie pujó. Tampoco en la segunda subasta y como  nadie parecía interesado, el ayuntamiento pidió de nuevo la cesión gratuita del monte, pero no coló (tuvo eco). Dos años después consiguieron que se rebajara su valoración a 2,5 millones si bien se excluía de la venta el convento de San Telmo, declarado Monumento Nacional en 1913. Cuando iba a convocarse la nueva subasta estalló la Primera Guerra Mundial y se suspendió. Quizás esta vez sí que hubiera habido un comprador y el futuro del monte hubiera sido llenarse de villas como sucedió en Igeldo.


San Sebastián seguía esperando, pero esta vez por poco tiempo. Ramón Echagüe era el nuevo ministro de Guerra, e hijo precisamente del donostiarra Rafael Echagüe Bermingham quien en 1880 había apoyado el Paseo Nuevo. Echagüe hijo también cooperó y por fin, en diciembre de 1914, sin producirse la venta del monte, se dictó una real orden autorizando al “Ayuntamiento de la ciudad de San Sebastián para la ejecución por su cuenta de un paseo de uso público de 15 m de anchura con vistas constantes al mar por sus lados norte y oeste…”

Una razón que influyó en la decisión, fue el retorno de los emigrantes españoles al empezar la guerra europea. Se les repatrió por Irun, y aunque se organizó su vuelta a sus lugares de origen, en muchos casos no tenían ni medios ni lugar a donde ir, por lo que era necesario proporcionales trabajo, y la construcción del paseo iba a necesitar mucha mano de obra. 


En 1910 en el ayuntamiento se formó la “Junta de Fomento” para canalizar el dinero que a modo de tasa pagaba el Casino a la ciudad. Una parte se destinaba a la Beneficencia, pero la mayor, el 60%, se dedicaba a “obras públicas para mejora y ornato de la población”. El paseo de la Concha con su voladizo y barandilla, o el monumento al Centenario de Alderdi Eder se habían realizado mediante contribuciones de dicha Junta y ahora había fondos para acometer las obras del nuevo paseo que prometía ser espectacular. 


Iba firmado por el ingeniero Luis Balanzat y el arquitecto municipal Juan Alday. El paseo partía del Rompeolas que hubo al final de la c/ Aldamar y rodeando todo el monte proseguía sobre el puerto, para concluir en la trasera del Gran Casino, junto al Gobierno Militar. Su ejecución estaba prevista en cuatro tramos. El primero, de unos 400 m, llegaba a la gran terraza que sobresale en el mar. El siguiente, de poco más de 600 m, iba hasta la antigua ermita. El paseo tenía una anchura de 15 m reservando cuatro para la acera exterior y uno para la pegada a la ladera. A la altura del Aquarium (todavía sin construir) su anchura se reducía a 9 m, dejando 6 para la escalera de bajada al muelle.

Desde allí y hasta el final proseguiría con 9 m. Primero en un tramo nuevo de 180 m  hasta la torre que está sobre el monumento a Mari, donde acababa el llamado “Paseo de los Curas”. Después continuaba en “vistoso viaducto” por encima de las casas de pescadores, trazaba una curva sobre la iglesia de S.Pedro, girando hacia Portaletas, y descendía en suave pendiente hasta alcanzar la calle Igentea. Este tramo, proyectado por Alday estaría, “dotado de elegante baranda, pilastras decorativas, jarrones, escudos… y una gran farola en su arranque”. Su estilo sería semejante al del paseo de la Concha construido tres años antes. Eran poco más de 600 m pero su precio triplicaba el de todo lo gastado hasta el momento.  Por suerte, no se hizo, porque hubiera desaparecido el pintoresco barrio de la Jarana.

El contratista de las obras fue Lorenzo Arteaga quien supo llevar a cabo la difícil tarea de su construcción a pie del acantilado, en condiciones que debieron ser realmente extremas cortando la peña a fuerza de pico y dinamita, y elevando desde el mar muros de 10 m, con  6 m de grosor en la base y 2 en coronación.

Comenzaron las obras en abril de 1915 y en poco más de un año, habían construido 450 m inaugurando el primer tramo, tal día como hoy (10 de Julio)  hace un siglo, siendo su coste 260.000 pts. El siguiente año realizarían 400 m más, llegando hasta la explanada de la ermita, pero subiendo su coste a 346.000 pts. Los últimos 320 m del paseo hasta las escaleras de bajada al muelle fueron los más complicados, disparándose el gasto a 532.000 pts. La guerra mundial había provocado importantes alzas de precios en materiales y sueldos, triplicándose al final el coste del metro lineal respecto al primer tramo. El 24 de julio de 1919 se inauguraría el paseo completo, ya que como queda dicho, nunca se construiría el viaducto sobre el muelle. El tramo del paseo de los Curas que enlaza con el Aquarium no se realizó hasta 1922.


El lunes 10 de julio de 1916 la reina María Cristina inauguró el paseo. A las cinco de la tarde en el Rompeolas le esperaba el alcalde Eustaquio Inciarte, con el resto de autoridades entre los que se encontraban los exalcaldes José Elósegui, el marqués de Rocaverde y Carlos Uhagón, este último,  uno de los que más gestiones hizo para este fin. También estaba el concejal Mariano Zuaznabar quien, tres años después, inauguraría como alcalde la obra acabada. 

Un nutrido público llenaba el rompeolas y las proximidades, esperando que acabara el acto para poder recorrer el nuevo paseo. Al llegar la reina recibió del alcalde un ramo de flores y unas tijeras de plata con las que cortó la cinta de seda. En coche llegó al final del tramo y desde la barandilla contempló un buen rato el mar, interesándose por los pormenores de la obra. Volvió paseando y al acabar, tuvo uno de sus habituales gestos de proximidad con los donostiarras, subiendo al rompeolas entre el público, lo que provocó aplausos entusiastas.  Tras su marcha, el paseo se llenó de gente, haciendo lo que 100 años después es uno de los pasatiempos que más nos gusta, caminar contemplando y “respirando” el mar. Sin duda uno de los mejores miradores urbanos que pueda haber en el mundo y que a menudo nos brinda espectáculos formidables cuando las olas rompen con fuerza contra los muros levantados por los obreros de Lorenzo Arteaga. Algunas veces son las olas las que vencen y tienen que renovarse el paseo. 

La revista “La Construcción Moderna” un referente en su época, decía en 1915: “El Paseo del Castillo de San Sebastián será quizás la mejor obra en su género que se cuente en España. Su coste, un poco más de un millón de pesetas, será sufragado por la entidad que tiene por misión atender al progreso de los intereses de San Sebastián. Coste grande si se considera la cantidad en sí, pero que ha de rendir grandes beneficios el día de mañana”. Sin duda que acertaron.


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