Centenario del Hipódromo de San Sebastián
Publicado el 28 de junio de 2016.
San Sebastián era consciente de que su apuesta por un turismo de élite debía conllevar unas infraestructuras al más alto nivel, y el sector privado apoyado por el institucional apostó en esa dirección, a principios del siglo XX.
Contaba, además, con la presencia de la reina María Cristina y de su hijo el rey Alfonso XIII. Ello suponía que durante los meses de verano toda la Corte, el Gobierno y la diplomacia europea se desplazasen a nuestra ciudad. Y que una parte muy importante de la aristocracia española les siguiese.
El centro neurálgico de toda la actividad se centraba alrededor del Gran Casino, que se había levantado, en 1887, en Alderdi Eder. La actividad que desarrollaba era muy grande. De hecho estaba abierto durante todo el año.
Sin embargo, la ciudad necesitaba una transformación en profundidad. El Paseo de la Concha precisaba una importante intervención. El balneario, apodado Perlón, no contaba con las últimas novedades y estaba bastante deteriorado. Faltaba algún hotel de renombre, y en definitiva, era necesario dotar a la ciudad de mejoras en todos los órdenes. A esto algún florido periodista lo denominó como el “hermoseamiento” de San Sebastián.
La ciudad en esos años se reinventó, teniendo muy claro qué modelo de ciudad quería y todas las acciones se dirigieron a lograrlo. ¡Y lo consiguieron!
Para San Sebastián el Casino era algo más que un juego, fue una inagotable fuente de ingresos.
En 1910 en el Ayuntamiento se creó la "Junta de Fomento" para canalizar el dinero que provenía del juego. El 25% de esa tasa quedaba en la Junta de Beneficencia, el 15% iba a una Junta Provincial de Caridad y el resto, el 60 %, se dedicaba a “obras públicas para mejora y ornato de la ciudad.” Ello suponía que la ciudad podía contar con unos ingresos que le permitían acometer infraestructuras que de otra forma hubiesen sido impensables.
Acciones de envergadura como el ansiado Paseo Nuevo, objetivo de la ciudad desde los años ochenta del siglo anterior, se pudieron realizar gracias a las contribuciones efectuadas desde dicha Junta. Y el propio Casino acometió proyectos, como el hipódromo de San Sebastián, porque eran de interés para la ciudad y para su negocio, pero que sin su intervención hubiesen sido inviables Georges Marquet es una figura muy singular a la vez que desconocida en San Sebastián. Un hombre fundamental en la sociedad donostiarra de principios del XX y que sin embargo ha pasado totalmente desapercibido para la mayoría de los donostiarras.
Nació en Bélgica, donde se dedicó a los negocios hoteleros, con la sociedad “Les Grands Hôtels Belges”, y a los casinos. Hacia 1905, arrendó el Casino de San Sebastián, en el que Jacobo Domínguez llevaba la dirección.
A Jacobo Domínguez le sustituyó en la gerencia del Casino su hijo Martín, excelente persona que también supo cumplir las funciones de su difícil cargo con inteligencia y simpatía. Fue el hombre clave en la construcción del hipódromo.
Georges Marquet tenía una gran relación con Alfonso XIII, y cuenta la leyenda que habiendo coincidido con el monarca en el hipódromo de Deauville, fue allí donde le habló de la conveniencia de construir uno en San Sebastián.
La situación europea en 1916 era realmente delicada, con una Guerra Mundial que llevaba la tragedia a todos los países afectados. Ello suponía que los hipódromos, obviamente, estaban cerrados y las grandes cuadras de caballos se encontraban en una situación difícil y peligrosa.
Marquet vio rápidamente que aquel proyecto del hipódromo podía ser muy interesante y rentable, y lo encauzó a través del Casino, aunque no era tarea fácil. Había que buscar el emplazamiento, adquirir o arrendar los terrenos, diseñar el proyecto y ejecutar la obra. Y todo ello en un tiempo record.
Marquet le encomendó esta tarea a su hombre de confianza en el Casino, Martín Domínguez Barros. Éste lo primero que hizo fue buscar el emplazamiento. Tenía que ser en el término municipal de San Sebastián y una extensión llana de esas dimensiones no era fácil de localizar.
Zubieta podía ser un lugar idóneo pero era necesario estudiar el enclave, ver el alcance de la intervención, conseguir los terrenos, y un largo etc., al que había que añadir que se pretendía inaugurar en Julio y estábamos a primeros del año 1916.
La obra se le confió al arquitecto Luis Elizalde, que diseñó el proyecto, y la Olasagasti y Cía, con los ingenieros Sierra y Díaz Montenegro, fue la encargada de realizar las obras. Todo ello en cuatro meses.
La pista tenía forma de elipse, con un desarrollo longitudinal de 1.525 metros, siendo el de la periferia de 2.100 metros. Se prescindió de la hierba, substituyéndola por arena especial oscura, que ligeramente apisonada, resultaba ventajosa sobre el césped. En la construcción de la pista se emplearon 4.000 metros cúbicos de arena de Deva.
La tribuna para el público de preferencia estaba situada próxima a la meta: con 50 metros de longitud, 10 de fondo y 8,50 de altura máxima. Constaba de 556 localidades cubiertas y una terraza alta, que al mismo tiempo servía de resguardo de la lluvia y del sol.
Las localidades cubiertas formaban ocho filas, de las que seis tenían bancos corridos colocados en graderías de 1,20 metros de ancho, de modo que podían ocuparse los asientos pasando por delante de las personas que estaban sentadas, sin ninguna molestia para éstas. Se calcula que el aforo era de 1.856 personas.
Los materiales de esta tribuna eran el cemento armado en fábrica y barandillas de hierro en antepechos. Bajo la misma se disponía de un bar y de un restaurante, con entrada por la fachada posterior.
Para la familia real se construyó un pabellón especial, situado próximo a la meta de llegada. Esta tribuna regia era de doble planta. En la baja había una terraza con voladizo de cemento armado, un hall, comedor y servicios higiénicos. Una escalera de mármol comprimido conducía al piso superior, donde había un salón y dos terrazas al aire libre: una que daba a la pista y otra al lado opuesto.
Además de ambas tribunas (regia y de preferencia), existía la entrada general, con una tribuna descubierta, de madera. Se construyó también un paddok para el paseo preliminar de la carrera y el pesaje. Detrás estaba la sala de jockeys, donde se equipaban y aseaban. Y junto a estas instalaciones se encontraba la enfermería y la sala de telégrafo y teléfono.
La inversión para la construcción del hipódromo fue cercana al medio millón de pesetas.
Como muestra de la importancia de la construcción del hipódromo, queremos hacernos eco de una noticia que se publicaba en La Voz de Guipúzcoa:
“Desde este año, contará San Sebastián con un aliciente más. Ello la han traído las carreras de caballos, pero perdurará en la vida de nuestra ciudad, que en todos los órdenes progresa y adelanta.
Maxim’s el famoso restaurant parisién, tan popularizado en España por “La Viuda Alegre”, ha instalado una sucursal en uno de los locales del edificio del teatro Victoria Eugenia y ha puesto a su frente a uno de los más inteligentes miembros de la Sociedad, a Mr. Lottier, que en París ha dirigido el negocio con verdadero acierto y que hará aquí lo mismo, adaptándolo a las costumbres y medios españoles. Le secundará un personal inteligente y activo a cuyo frente estará el señor Heredia, un español que es uno de los mejores “maître d’hôtel” de París.”
Llegó el 2 de Julio de 1916, fecha prevista para la inauguración y todo estaba preparado para celebrar un día histórico.
San Sebastián estaba a rebosar, de hecho se había duplicado el número de veraneantes. Dos trenes especiales desde Madrid habían acercado a la capital donostiarra a muchas personas que no se querían perder el acontecimiento. Y de las ciudades cercanas también iban llegando visitantes.
Más de 2.000 personas se trasladaron ese día hasta el hipódromo, agotándose todos los medios de comunicación que existían. La prensa en los días posteriores decía:
“Con gente hasta en los estribos en los tranvías de Tolosa, y abarrotados hasta los pasillos numerosos trenes de la línea de Bilbao, iban sin cesar descargando público a la entrada del puente sobre el río Oria.
El aspecto del hipódromo al llegar, a las tres y media en punto, en su hermoso atalaje de landau a la calesera, S.M. el rey con su augusta madre, era verdaderamente estupendo.
Y esa fue la conversación más mantenida entre los visitantes.
¿Cómo se ha podido terminar a tiempo el hipódromo? Pero el hecho es que cuando el carruaje en el que viajaba el rey Alfonso XIII, la reina María Cristina, el príncipe Rainiero, la infanta Luisa y los infantes Carlos y Felipe, enfiló hacia la tribuna regia, ésta les recibió resplandeciente en lo que dos semanas antes era un páramo.
La cuarta carrera era la estrella de la jornada. El Gran Premio de San Sebastián estaba dotado con, nada menos que, 100.000 francos, sobre 2.400 metros de distancia. Veintiséis fueron los participantes que salieron a la pista, cuando asomaron unos nubarrones amenazantes. Y como decía la revista la Gran Vida: “Después de un día espléndido y a media fiesta, se encapotó el firmamento obsequiando a los espectadores, con una segunda edición del diluvio universal. Y no rebajo nada.”
La carrera la ganó Teddy, cuyo propietario era J.D. Cohn, montado por R. Stokes. En segundo lugar llegó Spirt de la misma cuadra y tercero Meigs, de Vanderbilt.
Pero, inclemencias del tiempo aparte, en este día San Sebastián había dado un paso de gigante entre las ciudades europeas.